Primero fue un aviso de un departamento enorme, equipado a full, amoblado con buen gusto y muy barato en una zona de casas hermosas en el barrio de Neuenheim, Heidelberg. Caí en la trampa y le mandé mail al supuesto propietario, que no dejaba ningún teléfono en el buscador de inmuebles en el que buceábamos con desesperación todos los días. Recibí una respuesta en inglés, larga y llena de detalles. Que el tipo era ingeniero civil, que le había salido un trabajo en Chipre, que por eso alquilaba su departamento, que lo dejaba con muebles si los necesitábamos o lo trasladaba a una baulera, a su cargo, si lo queríamos vacío. El precio seguía siendo sospechoso en relación a lo que ofrecía, pero por las dudas, me apuré a responder que nos interesaba y le pedí verlo al día siguiente. El mail siguiente despejó toda duda: el “ingeniero” contaba que tenía la llave con él en Chipre, que se le ocurría un método para que primero tuviéramos la llave y luego le pagásemos si nos gustaba el departamento, y que para eso nos pasaba un link de DHL que bla bla bla... ¡A mamá mona con bananas verdes! Soy argentina, querido: cuando vos fuiste, yo fui y vine. A las pocas horas recibí un mail del sitio web alertando sobre un posible fraude.
Segunda, la checa. Después de poner ella la fecha para dejarnos el departamento, nos encontramos con que dejaba casi todos sus muebles, algunos zapatos y hasta sus orquídeas, porque no tenía lugar en el auto para llevarse todo de vuelta a Praga. ¿Y a mí qué me importa?, pensé, incapaz de experimentar ninguna empatía con una mina que se compra toda su casa en IKEA y después me la quiere vender, usada, a lo mismo que le costó a ella. A cara de perro le hice traducir a L. (porque además la checa nos hacía el show de que no hablaba inglés) que no, que no estábamos dispuestos a guardarle sus muebles, que queríamos disponer del departamento porque habíamos pagado el mes desde el día 1, ya era 4 la noche y ella proponía volver para vaciarlo recién el 8. Aflojé cuando ofreció pagarnos el alquiler de toda la semana. Pero cuando finalmente vino, no el 8 sino el 9, le dije que teníamos que arreglar las cuestiones de plata primero. Mientras tanto, el grandote que trajo para cargar las cosas (y no para amenazarnos, porque era un gigante pero tenía una cara de niño avergonzado que daba ternura), empezaba a desarmar el sofá. “¿Podrías decirle que espere hasta que nos pongamos de acuerdo?”, le espeté, con toda la mala onda que puedo tener (y que es mucha). El mensaje era claro: o nos pagás o no te llevás nada. Mi delgado marido tenía una líneas de fiebre; si el forzudo se enojaba, se nos pudría. Pero yo confiaba en la Justicia y en mi Ira Sagrada. Entre muecas de sorpresa y ofensa, la checa tradujo (qué simpático que suena el checo pese a todo, me pareció que muchas palabras terminan en i) y Chiquito, como fue rápidamente bautizado, quedó a la espera. Y ahí la checa se puso a hablar de una transferencia a nuestra cuenta bancaria el mes que viene, no entendí si la iba a hacer ella o si el dueño la tenía que descontar de la caución, no entendí ni me importó, porque aunque todavía no tenemos cuenta en el banco, no le tuve confianza, mucho menos cuando empezó a protestar que siempre habíamos hablado de una cuenta. Mentirosa de los peores, los más peligrosos, los mentirosos que se creen sus propias mentiras, en las que siempre salen bien parados. ¿Qué mentiras se contará la checa de su fracaso laboral en Mannheim, de los tres meses a prueba y el despido, del departamento de catálogo de IKEA que armó y desarmó antes de poder darse cuenta de lo que le pasaba? No me interesa, Thereza (así se llama, de verdad). Ponete cash. Porque vos serás de Praga y Praga queda a no sé cuántos kilómetros y tardás no sé cuántas horas y todas esas excusas, pero yo soy de Buenos Aires, Argentinien, y estoy acostumbrada a que me caguen y me afanen, tengo la desconfianza a flor de piel, y a veces, como éstas dos que cuento, ser argentino te coloca en una posición diferencial ventajosa.
La checa no tenía cambio y nos revoleó un billetón de 200, que no te aceptan en ningún lado porque nadie anda con tanta plata encima, como con desprecio. Dale, despreciame, con lo que nos estás pagando casi casi nos pagamos una escapadita a Estambul. A pesar de todo su acting, la suya fue, como dijo Jose, una mudanza triste, tristísima, con picos de bajón como el momento en que se llevó las copas en la mano y una se le rajó y la tiró al tacho en el patio, y que culminó con la imagen de la princesa caprichosa, toda lookeada de Tommy Hillfiger y Lacoste, cargando sus cortinas y pateando el felpudo escaleras abajo. Llevate tu felpudo, tarada, quién te lo codicia. Igual alguna maldad le quería hacer: dejé fuera del alcance de su vista la regaderita de plástico y se la olvidó. Soy el demonio.
Desde este blog felicitamos a la empresa que se la sacó de encima antes de que fuera demasiado tarde y le deseamos a Chiquito una vida lo más lejos posible de esta hermana que lo hace pasar vergüenza.
Y al estafador cibernético, le recomendamos que estudie mucho y que no se reviente los granitos, porque seguro que tiene 15 años y más ilusiones que sus compañeras de curso.
Aplaudo de pie! Ser argentina-o, haber pasado crisis y estar alerta siempre nos da un alto handicap para desenvolvernos por el mundo
ResponderEliminarPérez: aplauso, medalla y beso para tu performance.
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