martes, 12 de julio de 2011

El fantasma venezolano

Un día estaba en el locutorio esperando a que Perez terminara de hablar por teléfono. Los gritos se escapaban de la cabina y escuchaban en todo ese local apestado de olor a pucho y del aliento de las computadoras que nunca se apagaban. Se me acercó una señora y me preguntó si era latino. Le dije que sí. Me contó que era venezolana, que vivía en Mannheim, era artista, performer, tenía su propio taller.
- ¿Por qué no se vienen un día con tu mujer y charlamos?
- Bueno, gracias, justo esta semana no podemos pero la llamamos para combinar.
Nunca la llamamos y me la volví a encontrar en el banco. Insistió con la idea de que la fuéramos a ver. Lo pensé, le mandé un mail, me vino rebotado, la cruzamos, nuevamente, en el banco. Teníamos que depositar una guita y hacer algunas transferencias. Nada grave pero estábamos concentrados para hacerlo en inglés. Apareció la venezolana, nos dio charla, aprovechó que nos encontró para colarse, llegó nuestro turno, cuando pasamos a la ventanilla nos gritó si queríamos que nos tradujera, Perez no supo qué decir, yo dije que sí, todavía no sé por qué, se puso en el medio, tradujo, en fin, fue un momento incómodo, porque de golpe le estábamos contando a una desconocida qué queríamos hacer con nuestra guita. Cambiamos de plan, sólo depositamos la guitarra y salimos de la fila como si fuera un auto en movimiento. Ella hablaba sin parar. Nos contaba que esa noche iba a haber un evento salsero en su taller, nos insistía que fuéramos, iba a haber mucha gente que mencionaba por su nombre de pila, me ofrecía su espacio para que diera un taller de periodismo.
- Los latinos nos tenemos que unir.
Le dijimos que no podíamos ir porque al día siguiente nos íbamos a Bélgica y nos escapamos con la excusa de la valija. No le gustó mucho que nos fuéramos, se ve que le quedaba algo por contarnos.

Hace poco me la volví a cruzar. Estaba yendo a la estación de tranvía que queda más cerca de casa para encontrarme con Perez cuando, una cuadra antes de llegar, apareció la venezolana. De lejos vi cómo Perez observaba el saludo y salía disparando para esconderse. Charlamos un poco y me preguntó por qué no la habíamos llamado. Inventé alguna excusa poco creíble y me dejó ir. Según mis cálculos, esta semana ya tendríamos que cruzarla nuevamente.

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