jueves, 31 de marzo de 2011

Bombo: Viernes y sábado, CMMN SNS PRJCT en Hamburgo

Acá.

Oración a San Benito

A los dos primeros departamentos que vimos en Heidelberg sin mucha idea de nada, ya se le sumaron otros dos en Mannheim (en los que nos desaznamos con respecto a lo que cobran las inmobiliarias; "Provisionfrei" -libre de comisión- pasó a ser la palabra clave) y otros tres ya más aproximados a nuestras posibilidades y gustos, el lunes pasado, también en la vecina ciudad, porque ahí queremos vivir. De uno de estos estamos esperando una respuesta, aunque no sabemos por qué no le tenemos fe. Mañana vamos a ver cuatro departamentos. Siento que nos vamos acercando cada vez más. Que fuimos aprendiendo y definiendo. Que ya estamos listos para que aparezca nuestro nuevo hogar.

Ague, que sabe de estas cosas, me recomendó pedirle a San Benito, que es el patrono de la vivienda. Acá va nuestra estampita y nuestra oración:

San Benito, San Benito,
ojalá que eso que traés en la carpetita
sea un contrato de alquiler.
Y en la otra mano, ¿qué tenés?
¿Una sombrilla?
¿Tiene balcón nuestra próxima casa
o terraza de uso compartido?
¿Está cerca de un parque
o del río Neckar?
Oh, San Benito, cuántas ilusiones.

miércoles, 30 de marzo de 2011

¡Qué moderno!

Una mañana en Viena, mientras Perez trabajaba, me fui al Museum Moderner Kunst, que está dentro del Museum Quartier, que es, ni más ni menos, un complejo de museos. El edificio era espectacular, el día estaba re soleado y llegué con mucho ánimo de ver cosas que me sorprendieran. Pero me encontré con obras tan modernas que me fui desilusionado.

El peor recuerdo me lo llevé de una exposición que se llamaba 678 (evitemos los chistes tan fáciles), de Florian Pumhösl. Tenía un piso entero dedicado a unos cuadros en acrílico, todos iguales entre sí.





En otro piso, había una instalación en video: en una sala a oscuras, una pantalla apenas tenía algo de luz, se la veía gris oscuro, y sonaba un piano. Ajá. En otro piso, una pantalla iba cambiando de color lentamente hasta que llegaba a este pico de emoción:



Me fui corriendo y encontré consuelo en el gift shop, hojeando revistas alemanas y viendo libros lindísimos.

La mensa

Todo sería peor si no tuviéramos la mensa, el comedor universitario que nos alberga todos los mediodías. La comida es riquísima, variada y barata. Hay muchas ensaladas (con mayonesas, locas, con verduras hervidas), platos vegetarianos, pescado, cerdo, arroz y pastas. De vez en cuando también hay algo de vaca. Y unas papas a la crema que uno querría comer todos los días. Cada uno se sirve lo que quiere y en la caja pesan el plato (o te cobran a ojo). Los postres son muy Orlando, casi siempre con cremas y suave lluvia de calorías, y con el café (todos toman café, siempre) se pueden comer unas tortas tremendas. En el libro de Alemán lo habíamos visto: le dan mucha importancia a la torta.

La mensa, obvio, está llena de estudiantes ubicados en largas mesas. Todo es súper cool, con ropas de moda, anteojos que dan ganas de ser miope y pequeñas computadoras del futuro. El clima es bastante relajado y ayer, al sol, todos fuimos aún más felices.



Repitamos, con la mano derecha en el corazón:
Oh, mensa,
mantén estos cuerpos
bien alimentados
siempre
al menor precio.

No tomamos siete, pero igual vale el homenaje



Mutando

En Berlín conocimos a una bailarina danesa que habla castellano con acento andalú porque está casada con un sevillano.

En Viena, a un investigador rumano que vive en Alemania y habla castellano con voseo porque viaja seguido a La Plata, ciudad que ama por su universidad y "por su idealismo".

Allí también, en el Kunst Historische Museum, vimos una muestra de dibujos de un austríaco que la flasheó con Bali y se fue para allá a los 20 años; décadas después, en alguna de las guerras, lo hicieron prisionero por ser de una nacionalidad en la que no se reconocía para nada y prisionero murió. No me acuerdo el nombre ni lo encuentro, pero estas fotos son la prueba:



Me pregunto en qué clase de animalitos migratorios mutantes nos iremos a convertir nosotros.

martes, 29 de marzo de 2011

Viena en imágenes o no sabría qué decir

Como el lector avispado habrá podido deducir, estuvimos la semana pasada en Viena. El motivo: mi laburo, asunto Muy Sesudo con el que no pienso aburrirlos por el momento. Tuve permiso para ausentarme de actividades en alemán en las que corría el riesgo de quedarme dormida (es increíble cómo te arrulla una lengua que no entendés), así que pude acompañar a mi dorima el periodista en su gira cultural por la ciudad de Freud, Schiele, Klimmt y el schnitzel, que no es otra cosa que la milanga.

En Viena me pasó lo mismo que en Montevideo las dos veces que fui: no encontré la ciudad. No entendí su ritmo, dónde estaba la gente ni a qué hora. No me imagino qué se quedaron haciendo los dos snobs de Antes del amanecer toda la noche en vela en un lugar en el que la gente cena a las 7 de la tarde y, aparentemente, se va al sobre. Tenía instrucciones precisas de Ana W., a quien Viena le había encantado, pero no encontramos los bares o creímos que la feria de Naschmarkt era de pulgas y fuimos sin hambre al paraíso gourmet (si lo tuyo es el embutido, claro), o llegamos tarde o demasiado temprano a todos lados.

Schiele y Klimmt fueron los únicos que no defraudaron, por lo que merecerán un comentario aparte.

Van algunas imágenes al azar de la Viena que encontramos:

Vidriera de una modista cualquiera que quedaba al lado del hotel. Para Pecs.

"¿No te está quedando un poco pelada la fachada del Parlamento? Ponele una estatua, un friso, algún caballo, alguna gárgola, un poco de dorado, algo..."

El ciclista que pone la patita me causa mucha gracia. Qué pava.

Acá se viste Fraulein Maria.

Subí que te llevo

Un trago necesario

Teníamos poco tiempo para llegar caminando a la terminal. Podríamos haber tomado algún bondi o el tranvía, pero a veces te lleva más tiempo entender qué tomarte, dónde y qué boleto sacar, que directamente largarte a caminar con el mapa en la mano. En este caso, el camino era bastante simple, así que llegamos a la terminal cinco minutos antes de que saliera el tren de regreso a Heidelberg desde Mannheim. Ante la presión del reloj, nos dividimos tareas: ella fue a sacar el boleto a la maquinola, yo fui a Informes a preguntar desde dónde salíamos. Munidos de dos sánguches y una cerveza, nos acercamos al andén, que era el 10a. No entendimos la parte de la 'a', pero nos subimos porque en un cartel decía que iba a Heidelberg. Arrancó algo demorado y eso nos hizo dudar. ¿Estaríamos en el indicado? El cartel nos decía que sí. Aparte, ya nos dimos cuenta de que tampoco todo es tan puntual ni perfecto. Por ejemplo, buena parte del regreso en tren de Viena lo pasamos en el pasillo porque no había más asientos. ¡Los alemanes también sobrevenden los trenes! Es más, en una estación amagó con no salir por la cantidad de gente que había parada y ofrecieron un regreso gratis en bondi para los voluntarios que bajaran. Obvio que nadie aceptó y al rato volvió a arrancar. Si eran capaces de esas desprolijidades, entonces, ¿por qué no iba a salir 8 minutos tarde? Las vituallas se nos fueron en un suspiro y nos preocupamos luego de pasar por cinco estaciones sin que ninguna nos sonara familiar. Aparte, ni siquiera el tren más lechero logra encontrar cinco estaciones entre Mannheim y Heidelberg. Le pregunté a una de las pocas personas que estaba a bordo si ese tren iba a nuestro destino. Nos miró con compasión y nos aconsejó seguir derecho hasta Karlsruhe, porque era una estación importante y desde allí podríamos encontrar algo de regreso. Las estaciones que pasamos en ese viaje, que duró más de 40 minutos, estaban desiertas, en penumbras, casi nadie bajaba y nadie subía.

"Y si no es el tren indicado, se viene la abenteuer", me había dicho Perez cuando subíamos, con desconfianza, al tren en la 10a. Estábamos en el medio de la aventura, en un tren casi vacío, atravesando pueblos que jamás habíamos visto ni deseado ir, y ninguno de los dos tenía cara de estar pasándola muy bien. Ella miraba por la ventanilla, como esperando una explicación, yo comía castañas de cajú que habíamos comprado 4 días antes en Viena y que habían quedado en la mochila. Estaban húmedas pero era lo único que tenía a mano para calmar un poco la ansiedad. A la hora indicada, 22.40, llegamos a Karlsruhe y nos tiramos de cabeza sobre las carteleras con los horarios. Para esa altura, ya nos habíamos resignado a pasar una noche en el primer hotel que encontráramos, en caso de que no encontráramos la forma de volver. Era probable que hubiera tren a Mannheim, pero suponíamos que allí íbamos a tener que hacer trasbordo y ya no sabíamos si había trenes a Heidelberg a esa hora.

Los carteles resultaron algo incomprensibles, así que abordamos a una mina que estaba en el puesto de informes en los andenes. Cabe destacar que la cabina de informes tenía los vidrios polarizados, es una buena manera de decir "no pregunten boludeces, no me jodan". La mina nos despachó velozmente con un alemán no tan cerrado, pero estábamos algo nerviosos, así que tuvimos que volver unos minutos después a preguntarle qué nos había dicho porque lo habíamos confundido. Nos volvió a señalar el andén 4 y nos dijo que de allí saldría un tren a Praga, cuya primera escala sería Heidelberg. Faltaban 15 minutos para que llegara el tren. Quedaba tiempo para más aventuras. Nos colamos en el baño (había que pagar 50 centavos, no había humor para cumplir con esa regla en una estación casi fantasma) y nos compramos una birrita que tenía 7,5% de alcohol y cuyo logo era un elefante. Eso necesitábamos a las 23 en Karlsruhe: un elefante que tirara cerveza por la trompa.


Durante los primeros minutos en la estación, nos hicimos los guapitos y decidimos no pagar pasaje de vuelta. Cuando faltaban 5 minutos para que llegara el tren, llegamos a la conclusión de que en un viaje internacional, como el que habíamos hecho el día anterior, volviendo de Viena, te piden los pasajes a cada rato. ¿O servirían los que teníamos? ¿O podríamos convencer a un chancho alemán, siempre seco y de uniforme azul, que nos habíamos perdido, que nos pasamos de largo y que no sabíamos que teníamos que pagar de nuevo? La maquinola de los pasajes nos dijo que cada ticket saldría 13 euros. Para sacarnos 26 euros juntos hace falta algo más que miedo a una multa, así que nos fuimos al andén con los pasajes viejos y el empuje que nos daba el elefante. Volvimos a pasar al lado de la señora de los informes, que seguía mirando hipnotizada un monitor, le explicamos que no teníamos cambio para sacarlos en la máquina (qué inverosímiles deben ser esas excusas vistas por un alemán) y nos explicó que podíamos sacar los pasajes a bordo.

El tren era muy retro, como el que habíamos tomado el día anterior, para el último tramo del viaje, y andaba muy rápido. A los 10 minutos apareció el chancho correspondiente, un viejito que gruñó un poco, dijo que no hablaba inglés, se dejó envolver por el discurso algo tarzanesco, pero efectivo, de Perez, nos marcó los boletos y se fue como vino, sin hacer mucho ruido. Con la misión cumplida, esperamos a que el tren llegara, dos horas después de lo planeado, a la terminal de Heidelberg y allí nos tomamos el elefante que nos esperaba para llevarnos a casa.

Frühling, mamiii


Si algo tiene de lindo volver a Heidelberg luego de nuestras giras por Berlín y Viena, es constatar que der Frühling (la primavera) viene muy adelantada en este rincón encantado de Alemania.

Observen. Esto es Berlín, domingo 20:


Esto es Heidelberg, lunes 21:



FRÜHLING, MAMIII!!!

Dilemas de la moda europea

Dos abrigos traje de Buenos Aires: la campera larga azul y el loden bordó que compré en el viaje pasado en un local de usados en Berlín.

Lo pensé mucho, pero me pareció muy goma llevar el loden a Viena.

Ya nos pasó algo parecido con el morral de cuerina blanco con tiras en rojo, negro y amarillo, comprado en el corazón de Palermo Sojo, que no vamos a poder sacar a la calle si no queremos parecer nacionalistas furiosos.

Mejor espero que llegue el verano para romperla con las alpargatas.

Mi loden y yo, Berlín, 2009.

lunes, 28 de marzo de 2011

Kebapómetro - Maxi Meal en Mannheim

El primer día que fuimos a buscar departamentos en Mannheim, almorzamos en este local de comida árabe. A diferencia del kebap que había comido en Heidelberg, éste venía mucho más suculento. Hasta las ocho de la noche no volví a tener hambre. Es más, no volví a sentir el estómago. Le ponemos un 6 al kebap, que se lo veía medio paliducho, pero le sumamos un puntito extra porque en ese local vimos en la tele la versión turca de 'Yo me quiero casar', con living del amor incluido, una banda en vivo y una tribuna muy participativa.

jueves, 24 de marzo de 2011

Kriptonita cervezal

Mucho antes de salir de Buenos Aires, incluso antes de tener pasajes, la etiqueta para esta sección ya estaba decidida. La idea era ir calificando, recomendando, comentando, las distintas birras que se cruzaran en nuestro camino, que prometían ser muchas y nos estamos esforzando por cumplir con esa expectativa. Para empezar con Esta birra yo la tomé, qué mejor que contar el primer fracaso rotundo que sufrimos en Berlín, luego de una distraída compra en un supermercado.

Elegimos cuatro cervezas distintas para amenizar la cena con Kelo, un amigazo de toda la vida que estaba en Berlín por laburo y se quedó unos días más para, una vez más, compartir la aventura de caminar, pasear y comentarlo todo. La primera birrita que tomamos no recuerdo cuál fue, pero pasó sin pena ni gloria. La segunda despertó caras de sorpresa y escupidas en la bacha de la cocina de la casa en la que estuvimos de prestado y que fue, por lejos, la mejor que habitamos hasta ahora. El líquido verde y un sabor cercano a la vainilla nos dejó una mueca de asco:


¿Cómo se explica este error? Una sola palabra: San Patricio. Durante la semana de esa festividad, se vendió esta edición especial, que compramos sin saber. Pero todavía quedaban más decepciones. "Ah, la del gallito", dije cuando encontré en la góndola la Halleröder, que había probado en los viajes anteriores, mientras la sumaba al changuito. Apenas la probé, le sentí gusto a Ginger Ale. Me pareció extraño. Perez la probó y diagnosticó "es una clara". Kelo leyó la etiqueta y nos confirmó que se trataba de la versión saborizada con limón. La tomamos entera, más orgullo que por placer, pero preferiría no volver a cruzármela.



Moraleja: lleva el diccionario al súper si no quieres pecar de pichi.

Este primer posteo, y todos los que vendrán relacionados a esta etiqueta, y también al alcohol en general, está dedicado al genio de Daro, a quien ya vengo extrañando, y que es el autor de la idea de Esta birra yo la tomé.

Primavera en Heidelberg

La escapadita a la siempre congelante Berlín sirvió para valorar la incipiente primavera que vivimos en Heidelberg. El clima es tan amigable que un par de días logramos sacarnos los camperones y pasear sólo con un pulóver puesto. El primer domingo que pasamos en Heidelberg, en una caminata junto al río Neckar, nos encontramos a estos grafiteros que le ponían un poco de onda a esta ciudad formalísima.



Abogado de Michael

Desde que murió, hace más de un año, me convertí en abogado defensor de Michael Jackson. No dejo que lo difamen, en ninguna charla, en ningún lugar del mundo. Hace poco lo defendí en Martínez, en la casa de unos amigos, y el fin de semana pasado volví a hacerlo en Berlín. El dueño de casa dijo, al pasar, que Michael estaba "enfermo", que había visto un documental y que se sorprendió con lo loco que estaba. "No. ¿Cómo loco? Michael es un ídolo", respondí. No pude soportar la simplificación del razonamiento. Es cierto que con los años se fue averiando cada vez más, es innegable, pero no seamos tan acusatorios con alguien que hizo bailar al mundo entero. Pedí respeto por Michael. Recordé que él cambió el pop y al mercado de la música. En un golpe de efecto, recordé sus coreografías, sus videos. Casi todos los presentes eran bailarines y comenzaron a asentir con sus cabezas, casi rítmicamente.

Mi jermu me tiró letra, el rubio champagne colaboró un poco a mi defensa burbujeante, y comentó que a Michael se le notaba el sufrimiento. Me encanta pensar en él como un tipo al que lo superó todo lo que le pasó. Obvio, a quién no lo superaría ser la persona más famosa del mundo, durante años. Una de las bailarinas se pasó a mi bando y dijo que Michael era un ejemplo de lo que el éxito podía hacer con un artista. Una danesa que hablaba en español con tono andaluz, porque su marido es sevillano, también tuvo palabras de afecto para con Michael. Con ella, pasamos a ser mayoría, la defensa era todo un éxito. El dueño de casa volvió a citar alguna escena que había visto en ese documental. Yo le pregunté si había visto 'This is it'. Dijo que no. Le recomendé ver la parte en la que frena a la banda para decirles que él esperaba otro groove en un tema y les explica exactamente cómo quería que sonara. Michael, chiflado como estaba, seguía dominando la escena y bailando como nadie.

Para la próxima vez que nos veamos, vamos a hacer el Desafío Michael: él va a mirar ‘This is it’ y yo voy a ver ese documental, que creo que estaba dividido en cuatro capítulos. Junto a mi buffet de abogados, ya estamos preparando la defensa.

CMMN SNS PRJCT

Viajamos a Berlín para el estreno de CMMN SNS PRJCT, el nuevo espéctaculo de mi prima Laura. Ella y Martin, su socio creativo, presentaron esta vez una obra sobre la propiedad y el dinero. Me gustó mucho, como todo lo que vienen haciendo juntos los últimos años. Me gusta la relación que establecen con el público, respetuosa y al mismo tiempo irónica, combinación difícil, más difícil aún cuando la participación de los espectadores es decisiva para el desarrollo de la obra. En escena, venden, subastan, piden plata prestada, y todo esto sucede de verdad, con el público, que se ve involucrado así en circuitos de comercio inesperados, disparatados.

En un momento de la obra se regalan cosas. Yo había fichado desde que llegamos una pava eléctrica, para el mate, obvio. Martin la ofreció, la pedí, otra persona del público también: la pava fue dividida salomónicamente y me tocó sólo la base. Por suerte, al final del espectáculo, encontré la jarra abandonada en la platea. ¡Tenemos pava! Nuestro primer electrodoméstico europeo (bah, creo que es chino). Aplausos, por favor.

En la función siguiente, a Laura le regalaron un pulóver que mucho no le gustó y que vino a parar a mis modestas arcas europeas (que vendría a ser mi valija).



Mi recomendación es: vayan a ver CMMN SNS PRJCT, se liga mucho.

La próximas funciones son:

1 y 2 de abril en Hamburgo
12 y 13 de abril en Viena
5, 3 y 14 de mayo en Zürich
26 y 26 de mayo en Düsseldorf

Si andás por ahí y te lo perdés, sos un gil.

Más sobre los trabajos de Laura y Martin en www.kalauzschick.com

jueves, 17 de marzo de 2011

Coplanacu

Uno de los integrantes del Dúo Coplanacu lanza su carrera solista internacional con un recital en Mannheim.



¡Desde acá le deseamos mucha suerte!

Vamos de paseo

Mañana nos vamos por el fin de semana a Berlín. Allí nos esperan viejos conocidos para emprender nuevas aventuras. El viaje de ida, de por sí, va a ser toda una aventura porque lo vamos a hacer con un desconocido, en su auto. Acá hay un sistema de viaje que te permite compartir los gastos, que son muy inferiores a los pasajes del tren o de avión (casi ni manejan la opción del micro, es sólo para ciudadanos de tercera, como nosotros, los rumanos o los africanos).

Como cada cosa que hacemos por primera vez, aparecen algunas dudas antes de empezar: ¿será buena onda nuestro amigo Hans? ¿Cómo nos comunicaremos, teniendo en cuenta que no habla inglés y nosotros apenas chapuceamos en alemán? Si nos quedamos dormidos, como tenemos pensado hacer (¡nos encontramos 5.30!), ¿estaremos rompiendo los códigos? Mi amigo Martín Francisco me enseñó que el copiloto tiene que mantenerse despierto todo el viaje, sacar charla y cebar mate. ¿Le gustará el mate a Hans? ¿Tendrá un termo para prestarnos? El nuestro no lo traje porque estaba medio roto y ahora me arrepiento. Si da, le pido que me deje manejar un rato, así justifico los $100 que me costó el registro internacional.

Actualización: Hans resultó ser el dueño de una combi en la que entraban 8 pasajeros, así que tenía el kiosco de los viajes bastante armado. Viajamos con otras cuatro personas, nos sentamos al fondo y dormimos, casi sin dar señales de vida, las primeras cuatro horas de viaje. En un momento me di cuenta que me estaba sonriendo mientras soñaba, espero que no me haya visto ningún compañero de viaje. En las rutas alemanas no hay velocidad máxima permitida y en el camino vimos dos accidentados. Por suerte, Hans era un as del volante y llegamos sin sobresaltos.

Un contratiempo inesperado

No logro inscribirme en la universidad porque no encuentro dónde hacer una fotocopia del diploma tamaño sábana de la UBA.

No me sugieran dirigirme a una fotocopiadora cercana a la facultad de Arquitectura, porque ya pregunté y parece que no existe.


(Sí, loca, vos mirá para otro lado y hacete la boluda).

miércoles, 16 de marzo de 2011

Primavera

"La primavera está en el aire", me escribían desde acá. Yo consultaba el Weather Channel y venía mínimas de 1° y máximas de 9°, y no entendía de qué cuernos me hablaban.

De esto:


Me emocionan los brotes. No es un decir. Me dan ganas de llorar. La primavera es, por afano, mi estación favorita. No podría haber momento más oportuno para estar comenzando esta loca aventura.

La foto es de Mannheim, cerca de un departamento que no fue.

Primeros fracasos inmobiliarios

El primer departamento que fuimos a ver pensamos que quedaba cerca del centro. Hablé por teléfono, en alemán, con el dueño, llegamos caminando y nos encontramos con un jardincito de bienvenida en un barrio bastante pitucón. Para esa altura, después de casi no perdernos en el camino y de la charla en alemán, la autoestima estaba a la altura de las montañas que rodean a la ciudad. El desconcierto llegó cuando nos dimos cuenta de que no teníamos el timbre de nuestro amigo, ni sabíamos su nombre. En eso llegó la dueña de casa en su auto, nos preguntó qué hacíamos ahí, le dijimos que veníamos a una entrevista por un departamento en alquiler y nos dijo que allí no había nada por alquilar. Toda esa charla que acá dura una línea y media ese día duró un poco más, entre nuestro alemán básico y su inglés inentendible. Nos explicó que si seguíamos derecho, íbamos a notar que la calle cambiaba un par de veces de nombre para después volver a llamarse igual que a esa altura. Llamé a mi amigo desde un público, me confirmó la teoría de la vieja y dijo que nos esperaba en ese barrio. Nos tomamos un tranvía, previo cambio de monedas en una farmacia porque la máquina expendedora de boletos sólo recibía monedas o tarjetas de crédito y sentimos que nos estábamos cayendo del mapa cuando en el paisaje aparecieron hectáreas verdes y desaparecieron los edificios. Estoy siendo tan detallista sólo para mostrar lo difícil que pueden ser las cosas cotidianas cuando sos un recién llegado.

Tanto esfuerzo valió para ver un tres ambientes muy digno pero que quedaba en el Gran Heidelberg, como a media hora del centro. Uno se acostumbra a viajar más tiempo por día en Buenos Aires, pero acá es distinto. El dueño, con sus propias manos, estaba refaccionando al departamento y lo iba a tener listo dentro de un mes. Le agradecimos por todo y nos fuimos a buscar una cerveza a una estación de servicio que estaba a una cuadra, como para levantar el ánimo.

Al día siguiente fuimos a ver otro departamento, a unos 20 minutos caminando de donde estamos ahora. Cuando llegamos, había una pareja esperando. Él tenía cara de turco, ella estaba en silla de ruedas. Rápidamente llegamos a la conclusión de que si nos interesaba a todos, ellos iban a tener prioridad. Al rato llegó una pareja de jóvenes alemanes. Él peinado con gel, ella rubia y alta. Ahora la prioridad era de los locales. Para terminar con tantas conjeturas, llegó el tipo de la inmobiliaria, disculpándose por algo que no entendí porque habló demasiado rápido. Hicimos la recorrida los seis juntos. El jardín era chiquito pero tan lindo como se veía por fotos. El cuarto y el living tenían proporciones respetables, mucha luz y estaban completamente vacíos. La sorpresita estaba en la cocina, que tenía el baño incluido, o incorporado, que queda mejor. Al lado de la alacena estaba la ducha. A pocos centímetros de la bacha estaba la piletita para lavarse las manos (¿para qué dos piletas en el mismo ambiente?). El inodoro estaba separado por una puerta plegadiza a pocos pasos de la cocina de dos hornallas eléctricas. No había lugar para apoyar una tabla para picar algo, salvo en la ventana del baño, al lado del inodoro. La alacena tenía un riel con ganchitos para instalar su propia cortina, pero no nos animamos a tanto. Vinimos dispuestos a la aventura pero no a la pavada.

La mejor ducha del mundo


Desde hace muchos años, me baño mientras escucho la radio. No recuerdo cuándo ni cómo empecé esa tradición, que tiene olor de ser familiar, pero no podría asegurarlo. Inclusive, cuando niño, si River jugaba de noche, mi cábala era bañarme cuando empezaba el segundo tiempo. Como verán, siempre fui cabulero, por no decir medio gilún.

Pocos minutos antes de subirme al auto para ir hacia Ezeiza, manoteé la portátil y la metí en mi bolso de mano. Fue un acto reflejo, no lo pensé. Simplemente la agarré. No pude soportar la idea de abandonarla. Sin embargo, en esta primera casa en la que estamos viviendo de prestado no la necesité porque me encontré con una versión mucho más completa: una radio que viene con ducha. Se trata de la mejor ducha del mundo que, no podía ser de otra manera, viene con radio incluida, pero también con asiento, chorros que salen de los costados (creo que se llama ducha escocesa, esos nombres que incluyen gentilicios siempre me parecen medio porno), y puertas corredizas que alejan al usuario del frío. Eso sí: conviene dejar el toallón a mano porque cuando se abren las puertitas se vuelve al mundo real y a la baja temperatura. Si me pongo en perfeccionista, tengo que decir que a la ducha le falta un espejo, pero con la radio me entretengo.

lunes, 14 de marzo de 2011

Una fachada al azar


Barrio de Neuenheim, Heidelberg.

Traumen

Sueño que tengo un bolo en la nueva tira de Cris Morena. También Dolo y Maivan, y vamos a grabar todos el mismo día. La escena es una audición en la que los tres fallamos para que el o la protagonista de la tira se quede con el papel. Se supone que es cómica, pero el guión que me pasan es malísimo y no tengo ganas de interpretarlo. El problema es que cobré por adelantado. Igual decido no presentarme. El día de la grabación, me viene a buscar Dolo y me pide que por favor vaya con ella. La acompaño, pensando en explicarle a Cris Morena que no lo puedo hacer porque no estudié. Llevo el guión de todas maneras (es probable que en el fondo sí quiera hacer la escena).

Dolo sube al escenario vestida de gala. En el público está Cris, que actúa de sí misma, y muchas niñas actrices. Dolo comienza su escena. Canta "Ámame en cámara lenta", de Valeria Lynch, pero después del segundo verso, su personaje se olvida la letra. Es así como falla en su audición. Después me toca a mí. Empiezo a explicar que no lo puedo hacer, que no tuve tiempo para estudiar, etcétera. Una productora me insiste mucho que lo intente. Tengo las hojas en las manos, así que me sugieren que modifique la escena y lea, que vamos a grabar justamente eso, que no me acuerdo el guión y que lo leo. Se supone que tengo que contar chistes pero cuando quiero leer lo que está escrito, no entiendo nada. Está en castellano y son textos breves, pero nada tiene sentido. Maivan está al lado mío esperando su turno para grabar. Él también me da coraje. Yo no quiero leer eso que llevé y que no sé qué es. Cierro los ojos. Agarro una mano de Maivan mientras aprieto los papeles en la otra. Y empiezo a cantar "Ámame en cámara lenta". Primero desafino, pero para cuando llego a la parte que dice "que el amor es vida es movimiento y yo te siento", lleno el estudio con mi bella voz. Nunca vuelvo a abrir los ojos. Siento las manos de Maivan. Me aplauden. Me despierto.



Se agradece cualquier explicación, mi analista aún no tiene skype.

domingo, 13 de marzo de 2011

Novias recargadas

Mannheim está al lado de Heidelberg y es una ciudad mucho menos careta. Podría decir que tiene más tradición obrera, que sus paisajes son menos perfectos, que fue bombardeada en la guerra (Heidelberg se salvó, ya nos lo contaron 200 personas distintas) y que tiene una comunidad turca muy grande. Pero seamos más vagos, simplistas y digamos que es menos careta: en Mannheim la gente no cruza la calle sólo por la senda peatonal, hay un poco de mugre en las calles y se ven menos turistas. Hay bastante arte alternativo y cierta movida universitaria.

Justamente, en el barrio más turco nos cruzamos con muchos negocios con ropa para novias. La moda turca viene bastante cargadita, con muchos brillos, detalles y texturas. La onda de los novios era un poco más formal pero, como dice mi vieja, nadie se acuerda de cómo se viste el novio. Acá tienen algunos ejemplos:



Este post va dedicado con todo nuestro amor para exseñoM, que pronto dará el sí y será la novia más linda de Urquiza y alrededores.

sábado, 12 de marzo de 2011

El tiempo en Heidelberg

Como mi amigo Daro, soy fan del pronóstico del tiempo.

En la tienda Saturn, adonde concurrimos a hacer nuestra compra habitual de adaptadores (no aprendemos más, ni con esto ni con las millas), me encontré con una batería de Fernandos Confesores digitales que cautivaron mi atención:



Por su exhaustividad, éste se convirtió en mi favorito:



Y éste otro tiene nubes y soles en 3D que van cambiando de tonalidad, sobre un fondo transparente. La fotografía no le hace justicia, juro que en este instante está multicolor:



Un asco, o una genialidad, todo depende del cristal líquido con que se mire.

Por ahora, como todavía no cobré, sigo con el Weather Channel.

viernes, 11 de marzo de 2011

Al grano


En la oficina de la universidad, a horas de llegar (el vuelo se me nota en la cara, digan que no, por favor, pero se nota).

Sí, lo que se ve por la ventana es montaña, árboles, casitas de cuento de hada.

Hola, Heidelberg. Vayamos al grano.