domingo, 31 de julio de 2011

Tres horas en Konstanz

En Konstanz estuve ocho días, pero lo más divertido fueron las tres horas que pasé con Jose el domingo, en un alto de su vuelta de Zürich a Mannheim. Como conversamos con una de las fellas, los cínicos que se burlan del amor son unos pelotudos. No lo dijimos con esas palabras, porque era todo muy correcto y formal, incluso entre nosotros, los "jóvenes", o será que ya no lo somos tanto y a mí nadie me avisó. Yo conservo intacto el instinto de sentarme al fondo y chusmear en voz baja, aunque acá parece que no da. ¿De qué hablaba? Ah, sí, del cinismo. "After all, he's my favorite person".









Me malcopé con esta fuente:





Aunque ésta también tiene lo suyo:



Carulas en el puente. Bodensee.



Prost! ¡Salud!

miércoles, 27 de julio de 2011

Diario de soltero II. Días 3 y 4

No quiero dejar colgado el diario pese a que mi jermu ya volvió. El día 3 fue el jueves pasado y la mañana entera se la dediqué al trámite para sacar el registro acá. En Buenos Aires, antes de venir, saqué el registro internacional en el ACA. Por cien pesitos, sin examen ni nada, te dan uno válido para casi todo el mundo. Cuando llegué me dijeron que tenía validez sólo por seis meses. La única vez que manejé, en Holanda, no tenía registro, así que no lo pude estrenar. Ahora me dijeron que tengo que hacer un curso, rendir un teórico y listo. El problema es que sí o sí tengo que pasar por una fahrschule. Espero encontrar una que tenga clases en inglés. Más tarde tuve que ir a la clase de alemán y todo fue amargura. La profe es de lo peor que tuve en la vida, aburre al más entusiasta.

El lunes, la última jornada de soltero estuvo plagada de momentos conchita: barrí, ordené, lavé para que hoy lleguen los holandeses, aunque no sabemos a qué hora. También hice la tarea y estudié un poquito de alemán porque ayer nos tomaban un examen. Por suerte, se arregló el teléfono y pude hacer un par de llamados a Buenos Aires para chusmear con amigos. Sin teléfono, Conchita no está felí.

viernes, 22 de julio de 2011

Una single en el convento

Disfruto de la habitación single. No es una experiencia que me haya pasado muchas veces, pero cada vez me gusta más.

Tengo mis cosas elegidas: la pilcha mejor y más "formal", los accesorios correspondientes (me estoy volviendo muy del accesorio, no creí que ese día llegara y sí, llega después de los 30), los libros que estoy leyendo (El sueño de Úrsula, de María Negroni y La verdad y las formas jurídicas, de Foucault), la compu, el teléfono. Un pequeño reino de pocos metros cuadrados con mis cosas favoritas.

Hoy salgo para Zürich. Anoche ordené mi habitación para cuando vuelva. Sólo me estaba faltando música, porque soy muy DJ Jose-dependiente, pero este fin de semana lo soluciono. Hace tres días que escucho a Los Destellos y a Yozoo, una mezcla rara.

Confirmado: depende del convento. Hay monjas y todo.

jueves, 21 de julio de 2011

Diario de soltero II. Día 2

Aproveché que no tenía clase de alemán y me pasé el día laburando. A la mañana, a la tarde, a la noche, no de corrido, pero le di parejito. Llovió buena parte del día, lo cual favoreció la concentración. Al mediodía fui acá a dos cuadras a empezar el trámite para sacar el registro de manejar. Obviamente, llegué cuando las oficinas ya habían cerrado. Volví a casa y tuneé una pizza congelada que me quedó bastante abundante. En cuanto paró, fui al único lavadero que hay en el barrio con cuatro bolsas de ropa sucia (a los amigos holandeses los queremos y no les vamos a dar sábanas sucias o toallas recién compradas, sin un primer lavado). El Conchita Fitness consistió en ejercitar los brazos durante esa caminata y también incluyó un breve trote para alcanzar el tranvía de vuelta, que no pagué porque era una sola parada.

El Día del Amigo me despertó saudade, llamé a algunos amigos que no encontré, hablé con otros y me pasé el día mandando postales para mis amigazos de La Bombachita. Por cierto, algunas ya había mandado antes, como ésta, que le llegó justo ayer al gran amigo Néstor.


Como notarán, no son horas precisamente adrenalínicas en Mannheim.

miércoles, 20 de julio de 2011

Goodfellas

Estoy en Konstanz, haciendo un fellowship, que les juro que hasta dos semanas no sabía qué era, aunque jamás se me hubiera ocurrido preguntar. Ya voy entendiendo que esto de la academia consiste en buena parte en hacer de cuenta que uno conoce cosas que tiene de oídas. Pues bien: me anoté para algo que no sabía qué era sobre un tema que más o menos sospecho de qué se trata.

Aquí me tienen, de fellow en Konstanz, alojada en una hostería que parece depender del convento de enfrente. Nomás tomar posesión del cuarto, bajé un cuadro, ¡gracias, Néstor!, no, disculpen, es la costumbre, bajé un cuadro con un crucifijo y lo escondí, junto con una Biblia, en el ropero. No me gusta ver representaciones de un tipo que lo están torturando, perdón, soy sensible.

El programa es: ponencia, preguntas, pausa, ponencia, preguntas, pausa, así todo el día. En inglés, que me cansa como la gran flauta. El día viernes a la noche me escapo a Zürich donde me encuentro con mi prima Laura y mi marido. Sábado libre. Domingo, a las 10 de la mañana, de vuelta escuchando ponencias.

No logro estar quieta tanto tiempo. Quiero pararme, quiero café, quiero pis. Para colmo, me tocó sentarme al lado del podium (una especie de atrio donde se ubica, de pie, el ponente) y enfrente de los profesores que comentan, cual Fierita y Sturze, los méritos y problemas de las ponencias. Me da vergüenza hasta ponerme a dibujar, que es lo que normalmente hago mientras escucho (si no puedo a- tejer b- tomar mate, en ese orden).

Mi inglés coloquial está oxidado por la falta de uso y mi inglés académico... buen momento para darme cuenta de que nunca lo tuve. En un sentido sí, entiendo todo, excepto alguna palabra aislada, pero no puedo expresar ninguna idea compleja. Hoy decidí pasar vergüenza y hacer una pregunta, que por supuesto fue un balbuceo avergonzado, pero quería pasar esa primera vez. Seguro que el martes, en el andén, esperando el tren para irme, me encontraré pensando en un inglés perfecto.

¿Pueden creer que, al igual que en el congreso en Viena, organizado por la misma institución, que no voy a nombrar, los "gatitos" estamos en un hotel sin internet en la habitación? Estoy indignada. Los gatitos somos los doctorantes, no sé por qué, acá se les dice así. No sé si es despectivo o no, espero que no, a mí me encanta ser gatita.



La ciudad parece muy bella, pero no para de llover y tengo mucho trabajo atrasado desde la visita de mi abuela, así que se las debo.

Diario de soltero II. Día 1

No serán tantos días como el viaje anterior de Perez (nos reencontramos el viernes) pero vale la pena tomar nota de algunas de las cosas que van sucediendo en estas horas de forzada soltería. Por empezar, cabe destacar que acompañé a mi jermu a que se tome el tranvía a las seis de la matina. Un esfuerzo conmovedor. Volví a casa y me quedé laburando hasta cerca de las 9, porque suponía que a esa hora ya estaba abierto el negocio en el que quería encargar la batería para la compu. En realidad, me compré una por eBay, pero no funcionó, así que ayer la mandé de vuelta por correo. El negocio abría a las 10 e hice tiempo en un bar y clavé una primera horita de escritura, ideal para callar al pitufo interno desde temprano.

Hasta el mediodía me encargué de distintos trámites y tareas domésticas, con miras a las visitas que vamos a tener la semana que viene, léase, comprar toallas y alguna boludez más. La tarde la pasé laburando y la clase de alemán sin Perez fue aún más aburrida que de costumbre. En el recreo hablé con algunos compañeros con los que nunca había charlado, como un pendejo de India, que tiene mucha pinta de aparato y se sorprendía con que en Italia las parejas convivían sin casarse y hasta tenían hijos.

Cené el menú oficial de soltero (salchichas con papas) mientras miraba The future is unwritten, un documental sobre Joe Strummer, el cantante de The Clash, fue un rato de emoción y rock.

martes, 19 de julio de 2011

Hamburgo

Nos fuimos unos días a Hamburgo, donde vive María Éster, una amiga de Perez. El primer día, el viernes, fue largo como discurso de Fidel (con ese chiste me hacía guionista de Tato). Nos levantamos antes de las 6 para tomar el tren, sin sobresaltos, a eso de 7.30. A esa hora somos dos momias y, luego de algún episodio traumático, aprendimos que lo mejor es que el tiempo sobre. Es odioso empezar el día con esa angustia de no saber a qué hora pasa el tranvía. Llegamos al mediodía, hambreados y mal dormidos, dos de los peores estados del ser humano. Como no podía ser de otra manera, la lluvia nos impidió pasear todo lo que hubiésemos querido. Si el clima hubiera acompañado, podría haber conocido la cancha del St. Pauli, pero sólo la vi de afuera. A la noche acompañamos al dueño de casa a una fiesta y nos hizo una recorrida nocturna por el barrio de St. Pauli que fue espectacular. Eran cuadras y cuadras de personas en bares, parados en la calle, tomando, charlando. Nunca vi algo así. Tanta gente en la calle. Tanta. Más tarde pasamos por el barrio rojo, dicen que el más grande de Europa, que incluía calles gays y también travestis. En esa zona había aún más gente que en la parte de bares, por así llamarla. La música que salía de cada uno de los boliches se mezclaba en la vereda, donde también se mezclaban personas de todo el mundo. Pocos ratos de tanto engentamiento. Un detalle: vimos muchísimas despedidas de soltero en el fin de semana. Al despedido lo disfrazan de algo y los despedantes se ponen remeras con algún logo y en la espalda tienen impreso el nombre de cada uno. La música en el boliche estaba buenísima, la etiqueta decía Soundsystem, al que podríamos resumir como reggae para bailar, con la amenaza permanente de que venga El General a cantar.

El sábado aprovechamos la mejoría meteorológica y fuimos a una playita, que tenía una vista muy fabril. Como notarán en el atuendo, hizo más calor del que esperaba.


Changui, así le dicen a este cachete, se copó na praia.

Su hermana no sale sin su cámara.


El domingo paseamos por el parque Planten und blumen, que, como su nombre lo indica, está lleno de plantas y flores. También nos cruzamos un coro de ex marineros de Hamburgo, que hacía arder a la platea.

Pegamos onda.

Los juegos para los chicos estaban demasiado buenos y copamos algunos. 

martes, 12 de julio de 2011

Por arriba, por abajo: Ricky Martin en Mannheim

El sábado tocó Ricky Martin gratis en Mannheim. Por supuesto, fuimos. No pasan demasiadas cosas en Mannheim y cuando pasa alguna, hay que subirse.

Llegamos bastante tarde y ya había muchísima gente cuando faltaban como 100 metros para llegar al escenario. Había tocado vaya a saber qué banda antes y el público aprovechaba el intervalo para salir del amontonamiento en busca de cerveza y salchichas. Estábamos muy lejos y quisimos adelantarnos. PRIMERA LECCIÓN DE ETIQUETA: acá no se estila atropellar, pisotear, empujar ni violentar en modo alguno al resto de la concurrencia. Llegamos hasta donde llegamos y ahí vinieron a quejarse unas chicas porque nos habíamos puesto delante de ellas. Tuvimos que volver para atrás pidiendo disculpas. Me sentí un primate.

Salió Ricky a escena, con campera de cuero pese al calor, y nos atacó con tres temas seguidos supuestamente rockeros, desconocidos para mí. Para la segunda canción ya se había abierto la campera, dejando al descubierto sus depilados pectorales, bañados de sudor. Ahí Irma dictaminó: se pone campera a propósito para transpirar más.

Ricky rocker no le movía un pelo a nadie. Interpreté que las canciones debían ser nuevas. Pero cuando sonó "Living la vida loca" tampoco pasó nada. La gente seguía tomando, charlando, mirando la pantalla como si estuviéramos viendo un DVD en la casa de alguien. Ricky tampoco le ponía mayor empeño a la interacción con el público. Cada dos o tres canciones, se iba tras bambalinas (me encanta decir "tras bambalinas", atrasa mínimo 70 años), dejándonos a cargo de sus cantantes o bailarines. Los cantantes son los que cantan realmente, Ricky sólo corea, y no porque esté ocupado con alguna compleja coreografía, no. Ricky se limita a sonreir como en una propaganda de Colgate y mover los brazos como prescriben los pictogramas egipcios. Los pasitos y el desempeño de los bailarines, me hicieron pensar más en la escuela de baile de Reina Reech que en un chow internacional.

De todos modos, estaban sonando los clásicos, aquéllos que nos acompañan desde hace años en el desbarrancamiento de toda fiesta, y yo estaba dispuesta a cantarlos y bailarlos con todo mi ser. Entonces recibí mi SEGUNDA LECCIÓN DE ETIQUETA: acá no nos dejamos llevar por esas pasiones descontroladas. Resignados, nos apartamos de la multitud abúlica para tomar cerveza en alguno de los puestitos ad hoc.

Siempre lo banqué a Ricky Martin y más aún desde que salió del clóset, que se nota que le costó mucho, pobre muchacho. Pero, desde esta perspectiva, es muy triste que siga cantando "She bangs" y temas así, en los que se finge enamorado de una mujer. Ricky, ya sos libre, gritale al mundo cuánto te gustan los hombres, cantale a la sunga, a los músculos de gimnasio, a lo que sea que te seduzca de un tipo.

Otro momento bajoneante fue la canción del mundial '98. "Allez, allez, allez" y los brazos arriba como en una clase de aerobics en la playa. Trece años con este curro. A robar a los caminos, Ricardo.

El clímax fue "Por arriba, por abajo" y con él vino la sorpresa: a los alemanes les gustan los pasitos para copiar. Se despabilaron todos para cantar cualquier cosa en un español horrible y sacudir, nuevamente, los brazos.

Ricky nunca se aprendió el nombre de la ciudad en la que estaba: "Germany", nos llamaba. Parecía que actuaba a reglamento, que entregaba las sonrisas pautadas por contrato y ni una más. Algunos temas estaban lentos y daban la sensación de que más rápido el artista no podía. ¡Vamos, Ricky, sos joven, media pila! El show fue corto y terminó con una versión de "Así es María", con un sonido pretendidamente contemporáneo y/o globalizado, que daba ganas de llorar. Bises no hubo.

El fantasma venezolano

Un día estaba en el locutorio esperando a que Perez terminara de hablar por teléfono. Los gritos se escapaban de la cabina y escuchaban en todo ese local apestado de olor a pucho y del aliento de las computadoras que nunca se apagaban. Se me acercó una señora y me preguntó si era latino. Le dije que sí. Me contó que era venezolana, que vivía en Mannheim, era artista, performer, tenía su propio taller.
- ¿Por qué no se vienen un día con tu mujer y charlamos?
- Bueno, gracias, justo esta semana no podemos pero la llamamos para combinar.
Nunca la llamamos y me la volví a encontrar en el banco. Insistió con la idea de que la fuéramos a ver. Lo pensé, le mandé un mail, me vino rebotado, la cruzamos, nuevamente, en el banco. Teníamos que depositar una guita y hacer algunas transferencias. Nada grave pero estábamos concentrados para hacerlo en inglés. Apareció la venezolana, nos dio charla, aprovechó que nos encontró para colarse, llegó nuestro turno, cuando pasamos a la ventanilla nos gritó si queríamos que nos tradujera, Perez no supo qué decir, yo dije que sí, todavía no sé por qué, se puso en el medio, tradujo, en fin, fue un momento incómodo, porque de golpe le estábamos contando a una desconocida qué queríamos hacer con nuestra guita. Cambiamos de plan, sólo depositamos la guitarra y salimos de la fila como si fuera un auto en movimiento. Ella hablaba sin parar. Nos contaba que esa noche iba a haber un evento salsero en su taller, nos insistía que fuéramos, iba a haber mucha gente que mencionaba por su nombre de pila, me ofrecía su espacio para que diera un taller de periodismo.
- Los latinos nos tenemos que unir.
Le dijimos que no podíamos ir porque al día siguiente nos íbamos a Bélgica y nos escapamos con la excusa de la valija. No le gustó mucho que nos fuéramos, se ve que le quedaba algo por contarnos.

Hace poco me la volví a cruzar. Estaba yendo a la estación de tranvía que queda más cerca de casa para encontrarme con Perez cuando, una cuadra antes de llegar, apareció la venezolana. De lejos vi cómo Perez observaba el saludo y salía disparando para esconderse. Charlamos un poco y me preguntó por qué no la habíamos llamado. Inventé alguna excusa poco creíble y me dejó ir. Según mis cálculos, esta semana ya tendríamos que cruzarla nuevamente.

jueves, 7 de julio de 2011

Spanisch als Fremdsprache

Llave en alemán se dice Schlüssel.

Como en francés, se usa la misma palabra para nombrar la llave que abre una puerta, la contraseña de la conexión a internet o la clave del "concepto clave".

Una alemana me dice "palabra llave" por "palabra clave".

Bello error. Palabra llave. Palabra que es una contraseña (¿una contraseña entre quiénes?). Palabra que abre una puerta.

lunes, 4 de julio de 2011

Con GPS incorporado

Ya no somos dos paspados mirando el mapa en cualquier punto de Berlín. En esta cuarta visita, empezamos a ubicarnos un poco más en las largas calles, siempre en reconstrucción. El otro día fuimos a una fiesta a la que nos invitó una amiga de Perez y no caminamos un solo metro de más, y eso que hubo que hacer una triple combinación de transportes para llegar. Había llevado un pendrive lleno de cumbia para copar el rol de DJ, como me habían pedido, pero al final no hizo falta y nos conformamos con bailar algunos hits de los ochenta y un poco de tecno, como dicen los chicos jetzt.

No sólo nos perdemos menos: empezamos a ubicarnos en las calles, ya no nos pasamos horas enteras combinando subtes, ahora empezamos a pescar por dónde quedan los barrios, las cosas que nos interesan. Ayer, algo apretados por el reloj, aprovechamos la fama de barata que tiene esta ciudad e invertimos 6.20 en un taxi para llegar a horario a entrevistar a Juana Molina, que tocaba en un lugar medio inaccesible a pie junto a unas bandas de África y a unos indies. Todos juntos. 19 músicos en escena, debería decir el cartel. Por cierto, Juana me cayó súper, temía que se me hiciera un poco la loca, pero estaba chocha con este proyecto del que acá pueden ver un video y, en breve, podrán leer una nota en Las 12.

viernes, 1 de julio de 2011

Palpitando Berlín

Mañana, en unas pocas horas, nos vamos para Berlín. Obviamente, en cuanto llegamos, se descompone el tiempo. Berlín hasta ahora nos ha negado su cara más amable, los parques, las mesitas en las calles. No importa. Nos enamoramos de esa ciudad con temperaturas bajo cero**.

Este viaje es distinto de todos los anteriores: vamos por trabajo, los dos, aunque el trabajo de Jose es una fiesta y el mío... es trabajo. Igual siento esta cosquilla que se llama Berlín. Y aunque me tengo que levantar en cuatro horas, estoy ansiosa y no me puedo ir a la cama.