miércoles, 9 de mayo de 2012

Perdido acá y allá

Me pasó en Buenos Aires, me volvió a pasar en estos días en Berlin: me estoy perdiendo mucho. Y por zonas en las que me solía manejar con cierta fluidez. Nunca llego a estar desorientado del todo, casi siempre sé más o menos para hacia dónde tengo que ir, entonces sigo andando, en bici o a pie, esperando alguna señal que me suene conocida, una flecha que indique el barrio al que estoy yendo. A veces paso por algún lugar y no me acuerdo qué había que hacer: ¿doblar después del shopping? ¿Atravesar la plaza? Reconozco la señal (un cartel, una casa, aunque mi abuela Hilda me sugería manejarme por el nombre y la altura de las calles, "¿y si un día tapan ese bache?", me preguntaba) pero no me acuerdo qué había que hacer. "La puta madre, todo me suena, nada me dice nada", grité hoy, desde la bici.

Son sensaciones raras, que nunca había tenido. No había vuelto a Buenos Aires en todo el año, ni me había vuelto a ir, con lo que cuesta, ni me  había instalado del todo Berlin. En los dos lados me siento en casa, me resulta imposible no comparar algunas cosas, aunque tampoco le encuentro sentido a comparar dos mundos distintos. En las dos ciudades me siento en casa, el desafío ahora, hablando de casas, es terminar de ordenar el quilombo que dejó Griego en Bata, comprar muebles y poner en marcha esta casa divina, que ya empieza a tener un poco de nuestra onnnda.


Este querido sillón vino desde Mannheim, gracias a que lo trajo el dueño de aquel depto y lo dejó en un depósito suyo. No fue divertido subirlo cuatro pisos por escalera.

 Lo primero que trajimos a la casa fueron cinco libros. Ahora tenemos algunos más.

sábado, 5 de mayo de 2012

Quiero morir comiendo esto


El chocolate untable de Côte d'Or, la marca belga.

Viene negro y con leche. Los dos son supremos.

Los traje de Liège, donde estuve en noviembre. El de chocolate con leche lo comimos en Berlín durante nuestra primera temporada de búsqueda inmobiliaria. Y ahí nos parecía que hacía frío, ja.

Éste lo dejamos cerrado en la nueva casa. Lo escondimos entre las ropas para que no se lo comiera el siniestro Griego en Bata. Varias veces, durante los dos meses y medio que pasamos en Buenos Aires, pensé en este frasco como quien se aferra a una ilusión. Hoy esa ilusión se hizo realidad. Premio premio por haber pasado la tarde fregando en el baño.