martes, 2 de agosto de 2011

Dos sábados de juventud

Hacía tiempo que no salíamos. En Mannheim hay casi nulas opciones (nos hablaron de un lugar que se llama El Zapato en el que pasan reguetón) y nuestra acotada vida social no nos favorece en la invitación informal, onda "che, hay una fiesta", que, por cierto, hace tiempo que tampoco recibía en Buenos Aires. O si las recibía, no iba, pero no importa, sigamos. Aprovechamos las últimas dos escapadelis para volver a ser esos jóvenes danzarines y aventureiros. Hubo un pre rencuencuentro el viernes que llegamos a Hamburgo, ya contamos algo sobre esa noche, en la que casi nos dormimos parados porque nos habíamos despertado muy temprano, alrededor de las 6, así que a las 2 del sábado lo único que queríamos era dormir.

El sábado, con renovados bríos, es una buena manera de decir que dormimos hasta las 12, en casa ajena, la historia nos absolverá, paseamos por St. Pauli, EL barrio con onda de Hamburgo. Y me sorprendió mucho la cantidad de onda, la cantidad de gente en las calles, en los bares, en boliches. Cuadras y cuadras de gente tomando algo, bailando, charlando. Nunca vi un barrio con tanta movida. Nos dedicamos a pasear, caminar, probar cervezas autóctonas, seguir dando vueltas. A las 2 cerraron casi todos los bares y cuando ya estábamos caminando de regreso nos interceptó un flaco al grito de "hause party, hause party", mientras señalaba la puerta de su casa. El porrón de cerveza, sin enfriar, estaba a un euro. No había frías, así que las tomamos tibias. El DJ hogareño pasaba funk instrumental muy bueno y fuimos los primeros en salir a la pista. Para ser justos, debo decir que mi jermu fue la primera en bailar en toda la fiesta. No voy a mentir y decir que terminamos todos los presentes saltando juntos, en un abrazo fraternal, al grito de "Alemania, Argentina, votemos a Cristina". Pero sí les juro que se nos acercó gente que quería brindar con nosotros y el dueño de casa nos dijo que nos invitó porque nos vio que éramos "nette" (¡y hasta hablamos en alempan!). Así es nuestra vida: la gente nos invita a sus casas, quiere brindar con nosotros, bailar a nuestro lado.

Párrafo especial, y dedicado a Darío: en la mesa más grande de la fiesta había una gran degustación de snacks alemanes, de altísima calidad. Nada de papas fritas pálidas y aceitosas, mucha fantasía con forma de anillo, bolita dura al morder o mini bretzel, con sabores bien artificiales, tipo cebolla o maní. ¿Quién puede querer un snack sabor maní cuando el maní en sí es tan bueno? Yo. Y millones de alemanes.

El sábado siguiente nos encontró en Zurich, junto a la genia de Laura, que, durante la tarde, nos llevó de paseo al río más cristalino que vi (sólo le compite la laguna que vimos al día siguiente en Konstanz) y a la noche a una fiesta en la calle, que estaba anunciada por toda la ciudad.




Bailamos hasta que la lluvia y el viento se llevaron bien lejos las ganas de divertirse. Antes de irnos, cuando ya estábamos todos amuchados debajo del último toldo en pie, pasaron la versión cumbia de Para Elisa, de Los Destellos, y la emoción de escuchar a mi banda preferida de cumbia peruana me llevó a chiflar. Perez me retó porque en estos países tan estructurados no está bien visto chiflar sin avisarles a todos los presentes que tal vez escuchen un pitido agudo que puede perjudicar su sensible tímpano.

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