miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cargando la batería

Hace mucho que no escribo por acá y las razones son de fondo. No falta de tiempo (que la hay) ni escasez de wifi durante las vacaciones (que la hubo, ¡ay!). Es que me pasan cosas que van a contramano de la buena onda viajera que, sin proponérnoslo, le imprimimos a este blog. Después de seis meses de estar lejos de casa, con residencia en Mannheim pero moviéndonos por muchos lugares (Hamburgo, Liège, Konstanz, París, Zurich, Utrecht, Bretagne, Berlín, Viena, Alsacia, ¡gracias, Dios del Tren, por hacer de Mannheim nudo ferroviario!), ya esto no se parece en nada a un viaje largo. En realidad, no se parece en nada a nada que yo haya experimentado. Es al mismo tiempo volver al trabajo, a la academia, pero en unas condiciones de provisoriedad extrañísimas. Mi trabajo se muda estos días de Heidelberg a Konstanz, así que comienzan esos viajes también. A Heidelberg, iba en tranvía. A Konstanz son casi cuatro horas de tren, la mayor parte en uno de los llamados Regionales (los vagones tienen escrita la palabra Regio y todavía me río cada vez que lo veo). El tren regional es el famoso tren carreta o lechero, con la diferencia de que éste para en pueblitos de la Selva Negra. Otro inconveniente que tiene es que los asientos ni son mullidos ni se reclinan. Voy a terminar prendiéndole fuego a uno cual usuaria indignada del Sarmiento.

Konstanz es una ciudad pequeña muy bella. Queda en la frontera con Suiza, razón por la cual no fue bombardeada durante la guerra. Acá en Alemania las bombas todavía se ven. Caminás por una calle y por el tipo de construcción podés imaginarte el hueco que dejaron las bombas. Casa vieja y linda, casa vieja y linda, caja de zapatos (bomba), casa vieja y linda, bomba, bomba, casa vieja y linda, bomba, bomba, bomba. Son como cicatrices. Y Mannheim directamente es como un rostro desfigurado por una explosión. Las bombas cayeron con todo rigor sobre esa pobre ciudad industrial y socialista. Konstanz, en cambio, está intacta, preciosa, ya casi es Suiza, y es cara y careta. La semana pasada tuve mi primera reunión de laburo ahí. Conocí la universidad y su True Welcome Center, donde me sentí muy bienvenida por la chica alemana más sonriente del país. Siento una emoción absurda por estar a punto de tener mi primer empleo en blanco en la vida, a mis 34 años. Todo es, al mismo tiempo, más estable y más incierto. La distancia se hace sentir y ya mis amigos hijis y mis amigas cotorras encaran proyectos en los que no puedo participar ni siquiera virtualmente porque tengo otras cosas que hacer, claro, qué ilusa, trabajo acá.

Hay mojones que ayudan a ir pasando el tiempo hasta febrero, fecha en que volveremos por un corto tiempo a Buenos Aires. Esos mojones siempre son encuentros con familiares y amigos. Ahora estamos con mi prima Laura, que en breve se va a Argentina a hacer teatro (¡estén atentos!) y es como cargar una batería amorosa que tiene que durar hasta que ella vuelva por unos pocos días en noviembre y aprovechemos la vecindad Konstanz - Zurich para volver a encontrarnos.

5 comentarios:

  1. En un irmismo total te digo que una experiencia como la tuya no la vive cualquier persona, que hay que disfrutar la vista desde el tren que vale mas que una porcion de selva negra en una confiteria mugrosa, dale dale que no decaiga PALMAS, PALMAS.

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  2. palmas palmas

    no te olvides de pasar los datos de prima Laura para la agenda Cotorra

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  3. Arriba!!!

    Se entiende igual... cambian las rutinas y más aún cuando estás lejos.

    Eso sí, qué lindo poder tomarse un tren (aún cuando tarde mil horas) para ir de un lado para el otro.

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  4. Te abrazo muy muy muy fuerte de corazón, de amor, de alegría, de argentinismo, de café con leche con medialunas... ¿Melosa yo? Si!

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