martes, 20 de septiembre de 2011

Calabaza y aritos

Estábamos como en esas fiestas en las que hace falta un hit. Todo muy lindo, muy rica la comida y burbujeante el champagne parisino, pero apenas nos habíamos mojado los labios con algún paseíto y una noche con Pépé en una jam en la que casi tocamos, pero al final no tocamos nada. La semana fue frenética, el tiempo no nos alcanzaba para casi nada. Necesitábamos un estribillo, una distracción, luego de días con muchas corridas, trabajo y estrés. El viernes agarramos el mapa, trazamos un recorrido y el sábado al mediodía, después de invertir unos euros en un bolso con rueditas, salimos hacia la zona de La Chapelle. La misión: encontrar una calabaza musical que había visto el lunes, en esa jam frustrada. Se toca sobre una mantita y suena muy bien. Más tarde iríamos a Montmartre a dar una vuelta. Aunque no lo dijéramos, sabíamos que Perez se iba a comprar aritos en algún lado.

 El principio de la recorrida por el barrio africano fue algo hostil, nos recordó al episodio del kebab. Los muchachos no parecían con muchas ganas de hablar con nosotros, mucho menos con Perez. Quisimos aprovechar unas telas muy coloridas a sólo 10 euros pero la comunicación no era demasiado fluida, al flaco se lo veía con ganas de echarnos Raid, así que para qué forzar la cuestión, nos fuimos con las manos vacías y la frente en alto. Volvimos al bar que habíamos ido el lunes, nos indicaron cómo llegar al local donde vendían las calabazas, caminamos unas cuadras más, pensamos que nos habían mandado lejos o que algo había salido mal. Finalmente encontramos el local, que tenía tantos olores mezclados que era imposible distinguir uno solo. Había de todo: instrumentos, especias, comidas, bebidas. "¿Argentina? Lionel Messi", dijo el vendedor, con mejor onda que sus colegas. Compré mi calabaza (tuve que elegir entre modelos de 40, 30, 20 y 15. Obviamente me quedé con la más barata y fácil de llevar) y salí muy contento y agradecido con mi traductora.

Camino a Montmartre caminamos por una calle en la que los negocios estaban dedicados a todo lo que es implantes, pelucas, trencitas. Cotiza muy en alto el aplique de trenza brasileña. También pasamos por una feria en la que había mucha comida nunca vista. Una vez que recuperamos el aliento que nos habían quitado las escaleras, en Montmartre volvimos al local al que habíamos ido hace unos años, Perez encontró unos aritos que en su momento le habían parecido caros, pero ahora que gana en euros se los compró con mucha alegría.Una vez más, se cumplió la ley: ante la angustia, consuma. Algunos se compran un plasma, nosotros una calabaza y aritos. Todos contentos.

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