Este post fue escrito a cuatro manos, luego de una noche de emoción, copas y karaoke, durante la
feria del libro en Frankfurt. Próximamente, encontrarán las publicaciones de las que aquí se hablan en las mejores librerías. Pueden ir haciendo sus reservas.
19.05: Llegamos al hotel de nuestro común editor. ¿El edificio es a los hoteles lo que nuestra editorial al mercado? ¿Cón quién habla tanto por teléfono el editor? ¿Con la patrona? Preguntas que nos hacemos mientras esperamos en el hall, hasta que aparece, veinte minutos después. Caminamos unas cuadras hacia la zona más tourist.
19.45: Nos sentamos en un bar, pedimos cervezas y Flammkuchen, como para ir picando algo. Él se asusta ante los copones de medio litro, dice que nunca toma cerveza, que prefiere el vino. Intercambiamos banderines: él nos regala tres libros (las ediciones nos sorprenden por lo lindas, ¡llegaron las solapas!), le entregamos unas masas turcas que trajimos de Mannheim.
19:46: Perez se emborracha.
21.30: El editor se tiene que ir a otra reunión. (¡Cómo trabaja este hombre! Merece un aumento). De cebados que estamos, lo acompañamos aunque tenemos que ir para el otro lado. Nos despedimos.
"Poné cara de escritor en Frankfurt"
Tenemos una manija tal que nos pasamos mucho más allá de la Römmerplatz, donde vamos a encontrarnos con Nacho, un encumbrado ejecutivo del negocio editorial cuya identidad no podemos revelar. Nos perdemos, nos volvemos a encontrar. Llegamos a la pequeña disneylandia medieval para turistas. Nos sentamos en un bar. Pedimos dos cervezas para esperar.
Medianoche: Llegan Nacho y representantes de la industria editorial latinoamericana, todos de nuestra edad o más jóvenes (momento de mini bajón). La camarera avisa que en quince minutos cierran. Nosotros entendemos todo y hacemos de intérpretes. Subidón idiomático. Los quince minutos pasan volando, vienen a echarnos, ayudamos a Nacho y a los jóvenes latinoamericanos a terminar sus cervezas. Cruzamos un puente y estamos del otro lado del río, en una zona de bares. Nacho nos lleva a uno que es para él el mejor bar del mundo. Se llama Dreikönigkeller y, como podemos intuir, es un sótano (keller = sótano). Nos tomamos algunas cervecitas. La música se reduce a rockabilly de los 50 y 60, todos los temas están buenos, no suena ni un hit, pero tampoco hace falta. Tenemos charlas muy profundas con él, con su mujer (amiga íntima de Perez) que llama desde Buenos Aires, por mail con todo el staff de
Revista Cotorra y por BBM con @7efes. La felicidad es total.
Tardísimo: Nacho tiene el dato de un karaoke. Luego de un largo viaje en taxi, llegamos al lugar. Parece ser una zona medio fabril. El taxi nos deja ante un portón. Entramos y caminamos por un gran parking al que dan varios edificios bajos. Encontramos una especie de hangar del que sale música. La puerta está cerrada, golpeamos, esperamos. Hace muchísimo frío. Después de un buen rato, nos damos cuenta de que sólo suena una batería. Nacho llama a sus amigos, que nos vienen a rescatar desde otro de los edificios.
El karaoke está dividido en cuartos. El nuestro es el más agitado, por lejos. Hay un cajón de cervezas. La onda es agarrar y colaborar al final de la noche. Perfecto. Los alemanes eligen hits de los 80, un bodrio. La dinámica no termina de convencernos. Se canta mucho en grupo, hay tres micrófonos, no hay un escenario delimitado. Se lee del plasma y se canta. Luego de un análisis a distancia, descubrimos cómo es el manejo del programa de karaoke. Nacho carga
Let it Bleed y cantan con Jose, se viven momentos de alto jaggerismo, Perez, gaucha, festeja. Al tercer tema de los Rolling, Perez, que no es precisamente fan, no puede más.
"Keep the Argentines away from the machine", dijo un flaco. Careta. Automáticamente fue bautizado como Chaleco, dada su indumentaria, y fue repudiado en cada estribillo, con diferentes canciones, como
¿Crees que soy sexy? , con la rima "sos Chaleco, sos botón".
Entramos a otras salas de karaoke, a ver qué onda. Eran grupos mucho más chicos, de 6, máximo, tirados en sillones, cantando muy tranqui. No se suponía que pudiéramos entrar, pero estábamos aburridos. En un momento no identificado de la noche, sonó Cuando pase el temblor. Hubo cadena de oraciones para que se despierte Gustavo, y también para que reaccione Zeta. Hubo un Dancing queen, de cuya elección fuimos inocentes, pero de todos modos copamos el micrófono. Jose quiso cargar un tema y, sin querer, sacó el que estaba sonando. Abucheos. Chaleco pone cara de "estos pibes me tienen podrido". Se van los amigos latinoamericanos, nos despedimos con promesas de mandarnos algo por mail. En todas las despedidas del mundo hay alguien que dice "mandame eso". Nacho y Jose vuelven a copar la escena con el cuarto hit rollinga de la noche. Chaleco le pregunta a Perez, incrédulo: "Are you with these guys?" "Yes, in fact, he's my husband", responde ella, orgullosa. En otro momento Jose va a la compu a ver qué está cargando Nacho, que justo estaba tecleando "Ratones". Aparece una chica pidiendo 5 euritos para la birra, le pagamos, clara señal de que hay que irse. Salimos, el frío nos vuelve a sacudir, encontramos un taxista que nos pregunta si somos no sabemos quién, le decimos que sí, subimos, Perez, con la BlackBerry en la mano, acomete la proeza de indicarle al tachero adónde vamos, se baja Nacho en su hotel, abrazo y despedida.
05.00: Caemos en el sillón.